Toni Sarrión
Mustiguillo, un camino de grandes pendientes
En 1972 la familia Sarrión-Martínez compra la Finca El Terrerazo. Durante décadas no pasó de ser una finca de recreo y de explotación agrícola y ganadera de modo extensivo.
Toni Sarrión pasó buena parte de su niñez y adolescencia bajo la influencia de ese paisaje. Durante un tiempo se separa de él. Estudia fuera y se licencia en Dirección y Administración de Empresas, trabajando durante algunos años en distintos sectores, entre ellos banca, porcelana de mesa y, con su padre, en la construcción de obras públicas. Como suele decirse, se convirtió en una persona seria hasta que un día decide romper con un camino que no sentía como suyo.
Para Toni, la mayoría de las cosas son muy sencillas. No requieren grandes metafísicas para explicarse por sí mismas. El hombre siempre ha sentido la necesidad de dejar huella. Un cierto rastro de su paso. Y no hay huellas más profundas y duraderas que las dejadas en la tierra. Porque son un rastro que pueden seguir otros. Y eso dota de un profundo sentido a la vida. Un legado.
Y ese fue el camino que se decidió a emprender a mediados de los noventa Toni Sarrión. Regresa a su Requena natal y comienza a estudiar Enología y Viticultura. A la par, visita las zonas vitivinícolas más importantes del mundo y se empapa de conocimiento, observando con sorpresa que los grandes vinos se hacen con la uva local. Con la autóctona de cada región. Y supo entonces que allí estaba el secreto. Y lo tenía al alcance de sus manos.
Pero no iba a resultar un camino fácil. No solo por los prejuicios que acompañaban a la Bobal como uva a granel destinada a grandes producciones, sino también por el panorama hostil al que se enfrentaba. Ante la perplejidad de la comunidad, decide introducir una serie de ideas inauditas, revolucionarias, en la viticultura de la comarca; como por ejemplo, encargar un mapa de suelos; o emplear cubiertas vegetales para restablecer los equilibrios naturales de éstos. Sin olvidar que obvia la cantidad de kilos por hectárea para centrarse en la de superficie foliar de cada viñedo. Como si una sola cepa fuera una parcela entera.
Implanta la vendimia en verde para regular y seleccionar los racimos, llegando en las primeras añadas a marcar personalmente, todos aquellos racimos que irían a Quincha Corral.
Pero aún fue más allá
Si decidió embarcarse en una aventura incierta como pocas, no era para convertirse en una bodega pujante del Altiplano, sino para convertirse en la bodega de relevancia de la Bobal. Una variedad que él se encargaría en demostrar que era capaz no solo de producir grandes vinos, sino vinos de altísima calidad. Un camino que emprendió, porque no podía ser de otra manera, en solitario y a contracorriente. Porque a mediados de los noventa pocos o ninguno creían en una uva considerada anónima.
Al principio el camino estuvo lleno de dudas y vacilaciones. A punto estuvo de tirar la toalla. Tardó 4 años en sacar el primer vino al mercado, ante la desesperación e incredulidad de su círculo más cercano. Hasta que se produjo un pequeño milagro. Un milagro hecho de amor propio, azar, talento y mucho esfuerzo. Logró la añada que andaba buscando. Y sobre todo logró venderla a un experto distribuidor norteamericano y a un suizo a partes iguales, al precio que justificaba todo el esfuerzo invertido hasta la fecha: corría el año 2003 cuando vendió la botella del primer Quincha Corral.
A partir de ahí la historia continúa para Bodega Mustiguillo